martes, 29 de octubre de 2013

El viento azota la tierra, rasga y levanta en vuelo las cosas diminutas,
las diminutas flores, las diminutas almas que se agarran al suelo temblorosas.
El viento es alarido, grito en canto, redescubre lo oculto y enterrado,
a veces acaricia, a veces duele, pues tiene algo de frío y de fuego...
Viento que tanto arañas con tu clamor de siglos, despierta a los dormidos,
ya es tiempo de que el aire reconcilie
todos los elementos, todos los corazones que palpitan
en este círculo infinito, en este hogar eterno y luminoso.
Abrázame hasta el llanto, viento de otoño...
Quién no quisiera ser hoja en tu cielo, vuelo,
vuelo... ¿vuelas conmigo?


viernes, 25 de octubre de 2013

Vuelves en sueños, una y otra vez,
ensueño de verde mar y de canciones,
roto, rasgando el cielo de un verano
que ya no, ya no aquí y nunca.
Te llamo...
Quien inventó el teléfono se equivocaba,
prefiero amar tu voz en blanca noche,
que escuchar tu oscura indiferencia.
Repito la esperanza de un encuentro,
de un encuentro de almas que una vez...
que una vez quizá se acompañaron,
eso creía entonces.
Hoy a través de un aparato
vuelvo a romper tu foto idealizada,
observo tu afilada cercanía
como un falso regalo de amistad
y comprendo
que por mucho que sueñe
ya no hay modo
de tenerte a mi lado
como antes.

martes, 22 de octubre de 2013

Veo, veo. Y tú ¿qué ves? No veo. ¿De qué color? No veo. El problema no es lo que se ve, sino el ver mismo. La mirada, no el ojo. Antepupila. El no color, no el color. No ver. La transparencia.

José Ángel Valente
Porque los ojos los ensucia el tiempo
apenas reconoces la luz
de la mañana. Pero a tu puerta
insiste
terca la claridad.

Como perro
que sabe

que lo que fuera amor
no entiende olvido.

ADA SALAS

jueves, 17 de octubre de 2013

La mirada...
Hubo un tiempo en que se esforzaba por mirarle fijamente a los ojos e intentaba ahondar en su insondable profundidad. Buscaba algo, no sabía muy bien qué pero sabía que algo fallaba; necesitaba concentrarse e intentar penetrarle con la mirada porque sentía de algún modo que su amor no era real. ¿Qué es un amor real? ¿Qué era lo que le faltaba? Cuando le miraba de ese modo no conseguía traspasarle, su mirada rebotaba en la de él, era como si hubiera un muro, como si ese mirar frustrado reflejara aquel vacío que ella sentía a veces a su lado. Porque lo que hacía irreal su amor era una soledad abrumadora estando en su compañía. A veces sentía que estaba con un desconocido, y el vacío era una suma de dos miradas truncadas; ella no le conocía pero él a ella tampoco y lo más doloroso es que parecía no tener interés en hacerlo. Él no se esforzaba por penetrarla con la mirada. Él no quería entrar en los oscuros huecos de su alma. Luego llegó la separación, sencilla y tranquila, incluso apacible dentro del dolor. Y cuando al cabo del tiempo se reencontraron y empezaron a compartir momentos de pasión ella se dio cuenta de que algo había cambiado. Ya no se esforzaba por mirarle, simplemente empezaba a verle. Era como reconocer a un desconocido. Quizá el amor era diferente, estaba cruzando un puente peligroso pero esa experiencia era necesaria. Un día él le dijo que ya no quería compartir momentos de pasión con ella, que había una persona en su vida a la que estaba conociendo y con quien quería tener un amor de verdad. Muerte, sangre, pánico y desesperación. Justo entonces que ella estaba aprendiendo a verle desde el otro lado él se iba, justo ahora que él se estaba dejando ver como era en realidad... Pasó más tiempo de distancia y ella se dio cuenta de que le amaba más si cabe que antes. Porque por fin había conseguido penetrar su mirada sin esfuerzo, porque su alma le era clara y transparente. Porque ahora sabía que él era capaz de dejarla a pesar de la pasión, porque ella sabía que era capaz de sobrevivir sin él. De pronto todo se tornó real; la relación pasada, el reencuentro, la nueva separación... Y aprendió que ese amor que ahora conocía era real aunque no fuera posible materializarlo, pero eso ya no importaba, era real porque había visto en él todos los fantasmas, porque ya podía mirarle y no sentirse sola, porque había sido capaz de amarle y odiarle, de desearle y anhelarle, de saberle con otra y alegrarse. Su mirada cambió porque descubrió su alma, porque él dejó que ella le viera de verdad, y aunque no le gustara parte de lo que vio era lo más real que él le había dado nunca, y eso es lo que acrecentó el amor o lo hizo cierto, eterno, comprendió que aceptando esa parte de él estaba aceptando la suya propia, que también la tenía. Y ya no necesitó mirarle más. Simplemente le amaba y le amaría sin esfuerzo, en la distancia, en un mundo en que la pasión ya no sería de cuerpos en contacto pero seguiría siendo pasión; una pasión tal vez más potente, la pasión por la belleza de la verdad, de la imperfección y de la sinceridad.
La mirada de ella y la de él ya no se buscan, una vez que se encontraron se dedicaron cada uno a mirar en otra dirección.

viernes, 11 de octubre de 2013

Roberto Juarroz

Así como no podemos
sostener mucho tiempo una mirada,
tampoco podemos sostener mucho tiempo la alegría,
la espiral del amor,
la gratuidad del pensamiento,
la tierra en suspensión del cántico.

No podemos ni siquiera sostener mucho tiempo
las proporciones del silencio
cuando algo lo visita.
Y menos todavía
cuando nada lo visita.

El hombre no puede sostener mucho tiempo al hombre,
ni tampoco a lo que no es el hombre.

Y sin embargo puede
soportar el peso inexorable
de lo que no existe.