lunes, 27 de enero de 2014

Julia Uceda

Conocer

Recogió las palabras de su boca
y después las palpó. Aún así no supo
qué le quiso decir que nunca más diría.

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Si se tala un árbol
¿qué sienten sus raíces
perplejas
abandonadas a lo oscuro?

viernes, 17 de enero de 2014

Recibir gotas heladas, hacer acopio de cristales
mientras el viento hiela las manos de los agricultores
y las vacas mugen y los faros despiertan a los peces.
Desde aquí arriba se divisan
las olas encrespadas, las cimas siempre blancas,
cada día es un espejo desteñido
y
cada noche un reflejo en el agua congelada.
Conviven las sirenas y el pájaro de las nieves,
comparten la luz cegadora del invierno perpetuo,
la condición del agua en todas sus formas.
El calor se cobija bajo un manto de nieve,
el horizonte no se ve, se respira,
salada claridad que huele a frío,
certeza de infinito
en un lugar extraño.

viernes, 3 de enero de 2014

Rafael Courtoisie

El amor de los locos

Un loco es alguien que está desnudo de la mente. Se ha despojado de sus
ropas invisibles, de esas que hacen que la realidad se vele y se desvíe.
Los locos tienen esa impudicia que deviene fragilidad y, en ocasiones, belleza.
Andan solos, como cualquier desnudo, y con frecuencia también hablan
solos («Quien habla solo espera hablar con Dios un día»).
Más difícil que abrigar un cuerpo desnudo es abrigar un pensamiento. Los locos
tienen pensamientos que tiritan, pensamientos óseos, duros como la piedra
en torno a la que dan vueltas, como si se mantuvieran atados a ella por una
cadena de hierro de ideas.
El cerebro de un pájaro no pesa más que algunos gramos, y la parte que modula
el canto es de un tamaño mucho menor que una cabeza de alfiler, un infinitésimo
trocillo de tejido, de materia biológica que, con cierto aburrimiento, los sabios
escrutan al microscopio para descifrar de qué manera, en tan exiguo retazo,
está escrita la partitura.
Pero desde mucho antes, y sin necesidad de microscopio ni de tinciones,
el loco sabe que el canto del pájaro es inmenso y pesado, plomo puro que taladra
huesos, que se mete en el sueño, que desfonda cualquier techo y no hay cemento ni
viga que pueda sostener su hartura, su tamaño posible. Por eso algunos locos
despiertan antes de que amanezca y se tapan los oídos con su propia voz, con voces
que sudan de adentro, de la cabeza.
Los pensamientos del loco son carne viva, carne sin piel. En el desierto del
pensamiento del loco el pájaro es un sol implacable. El canto cae como una luz y un
calor que le picara al loco en la carne misma de la desnudez.
Pero la desnudez del loco es íntima: de tanto exhibirla queda dentro. Es condición
interior, pasa desapercibida a las legiones de cuerdos cuya ánima está cubierta por
completo de tela basta, gruesa, trenzada por hilos de la costumbre.
El único instrumento posible para el loco, para defender su desnudez, es el amor.
El amor de los locos es una vestimenta transparente. Esos ojos vidriosos, ese hilo
ambarino que orinan por las noches, ese fragor y ese sentimiento copioso y múltiple
que no alteran las benzodiazepinas, que no disminuye el Valium, permanecen intactos
en el loco por arte del amor.
Es un martillo, y una cuchara, y un punzón. Es todo menos un vestido, no cubre
sino que atraviesa, no mitiga sino que exalta. El amor de los locos tiene una textura,
un porte y una sustancia.
La sustancia se parece al vidrio, pero es el vidrio de una botella rota.

De "Estado sólido" 1996
Premio de la Fundación Loewe