sábado, 23 de agosto de 2014

Olga Orozco

SOL EN PISCIS

Solamente los muertos conocen el reverso de las piedras.
Solamente las piedras conocer el reverso de los muertos.
Lo sé.
A veces las estatuas vuelven a abrir en mí ciertas heridas
o toman el color de las acusaciones que me impiden dormir.
Pero hay pruebas que nadie quiere ver.
Se atribuyen al tiempo, a las tormentas,
a la sombra de pájaro con que los días se alzan o se dejan caer sobre la tierra.
Nadie quiere pensar que hay muchas muertes por cada corazón.
Tantas como muertos nos lloren.
Tantas como piedras los sigan lamentando.

Existe una canción que entre todos levantan desde los fríos labios de la hierba.
Es un grito de náufragos que las aguas propagan borrando los umbrales para poder pasar,
una ráfaga de alas amarillas,
un gran cristal de nieve sobre el rostro,
la consigna del sueño para la eternidad del centinela.

¿Dónde están las palabras?
¿Dónde está la señal que la locura borda en sus tapices a la luz del relámpago?
Escarba, escarba donde más duela en tu corazón.
Es necesario estar como si no estuvieras.

He aquí el pequeño guijarro recogido para la gran memoria.
De este lado no es más que un pedazo de lápida sin inscripción alguna.
Y sin embargo desde allá es como un talismán que abre las puertas de mi vida.
Por sus meandros azules llego a veces más allá de mis venas:
cerraduras que giran contra la misteriosa rotación de los años,
vértigos de contínuas despedidas que ahora me despiden a través de mis lágrimas de entonces,
hasta ser nada más que una cinta brillante,
un fulgor que ilumina ese fondo de abismo donde caigo hacia el fondo del cielo,
tan ávido como el tambor que invoca las tormentas.

Heroína de miserias, balanceándote ahora casi al borde de tu alma,
no mires hacia atrás, no te detengas,
mientras arde a lo lejos la galería de las apariencias,
las máscaras del sueño que labraste sobre ciegas cortezas para poder vivir.

A solas con tu nombre, contra el portal resplandeciente,
a solas con la herida del exilio desde tu nacimiento,
a solas con tu canción y tu bujía de sonámbula para alumbrar los rostros de los desenterrados;
porque ésa es la ley.
A solas con la luna que arrastra en las mareas del más alto jardín de la memoria
un rumor de leyendas desgarradas por la crueldad de la distancia:
“Cuando llegues del otro lado de ti misma
podrás reconocer el puñal que enterraste para que ti vinieras despojada de todo poderío.
Si avanzas más allá
encontrarás la fórmula que yace bajo los centelleos de todos los delirios.
Si consigues pasar
alcanzarás la Rueda que avanza hacia el poniente.”

Pero no hay arma alguna que arrebate a mi vida su inocencia,
ni retablo enterrado en cuyo espejo de oro se abran las flores de otros mundos,
ni carruaje que avance con el rayo.
Sin embargo, esta palabra sin formular,
cerrada como un aro alrededor de mi garganta,
ese ruido de tempestad guardada entre dos muros,
esas huellas grabadas al rojo vivo en las fosforescencias de la arena,
conducen a este círculo de cavernas salvajes
a las que voy llegando después de consumir cada vida y su muerte.
Celdas tornasoladas del adiós para siempre, para nunca,
y cada una se abre hacia las otras con la fisura de una gran nostalgia
por donde pasa el soplo de los siglos,
la mariposa gris que envuelve con sus nieblas al huésped solitario,
a ese que ya fui o al que no he sido en este y otros mundos.
El que entreteje sus coronas con la ceniza de la tierra,
el que reluce con cabeza de león como un sol heráldico entre las tinieblas,
el que sueña conmigo como con una cárcel de muros transparentes,
esta que soy queriendo guardar la eternidad en el polvo de cada sonrisa,
el que se cubre con ropajes de águila para volar más lejos que la mirada de los hombres,
los que habitan aquí o en otro lado lejos de las investiduras de la sangre
y no puedo nombrar,
y el que rescatará las coraza de luz
-su día levantado palmo a palmo con la noche de los otros-
para cruzar la última puerta el arcano.

Oh, sombra de claridad sobre mi rostro,
relámpago entrevisto desde el fondo del agua:
tu signo estágrabado sobre todas las frentes para la ceremonia de la duración,
para la travesía de todos los recintos en cuyo fondo te alzas como una llamarada de la gran añoranza,
como los espejismos de un perdido país anunciado por el sueño y la sed,
el miedo y la nostalgia,
y el insaciable tiempo que llevamos de migración en migración
como una brasa que quema demasiado.

Todos los grandes vértigos del alma nacen del otro lado de las piedras.