-He tenido un sueño magnífico:
Cabalgaba en un caballo blanco a través de un bosque y de
repente, en medio de un claro, veo el cuerpo de una muchacha
bellísima, que duerme sobre una litera hecha con ramas de roble
y rodeada de flores de todos los colores. Desmonto rápidamente
y me arrodillo a su lado. Le cojo una mano. Está fría. Tiene el
rostro blanco como el de una muerta. Y los labios finos y
amoratados. Consciente de mi papel en la historia, la beso con
dulzura. De inmediato la muchacha abre los ojos, unos ojos
grandes, almendrados y oscuros, y me mira: con una mirada de
sorpresa que enseguida se tiñe de ternura. Sus labios van
perdiendo el tono morado y, una vez recobrado el rojo de la
vida, se abren en una sonrisa. Tiene unos dientes bellísimos. Sus
mejillas ya han perdido la blancura de la muerte y son rosadas,
sensuales, para morderlas.
Me incorporo y le alargo las manos, para que se coja a ellas y
pueda levantarse. Y entonces, mientras la muchacha se
incorpora, sin dejar de mirarme a los ojos, enamorada, me doy
cuenta de que unos veinte o treinta metros más allá, antes de que
el claro dé paso al bosque, hay otra muchacha dormida, tan bella
como la que acabo de despertar, igualmente acostada en una
litera de ramas de roble y rodeada de flores de todos los colores.
QUIM MONZÓ
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