Frío, frío en las ventanas,
un rostro pegado al cristal,
un perro ladrando en su prisión
y una ausencia que tiene nombres y apellidos.
Meses, años, lugares y personas,
pero el mismo sinsentido cuando
acaricia a su gato y se descubre
la soledad pegada a su espalda,
acampada en su estómago,
enredada en su pelo.
Frío en las esquinas de las casas,
en el eco de la música de siempre,
frío en los viajes, en las camas,
y todas las películas no son suficientes
aunque todas reflejan su vida, su sentir,
quiere más, más, más,
quiere un absoluto, un acto total
de valentía y pasión,
un llanto que llene todos los huecos de la tierra,
un llanto que acabe con la soledad, que la hunda,
que reviente los cristales de las ventanas.
Pero el frío congela el llanto,
la tierra se está muriendo sola
y parece que todo fuera un cuadro
pintado en otro tiempo, colgado en la pared.
Abrázala, siente toda esa pena que corre
por sus venas ajadas, siente esa ilusión
que nunca morirá, porque,
a pesar del frío,
sabe que la verdad se parece a su dolor
y sabe que su sombra es compañía
y que la luz y la palabra y el silencio
no pueden dibujarse en ese lienzo
pero están en sus ojos, en sus dedos.
Vuela, vuela a través de la ventana cerrada,
sabe que la magia es la respuesta,
Abrázala que tiene mucho frío…