Mi paisaje del tiempo es ovalado, es una elipse
donde se sitúan las estaciones, y no se muy bien cómo se mueve pues
no puede rodar, tal vez soy yo la que me sitúo en uno u otro punto,
la que se mueve caminando por su línea, la que avanza o retrocede o
permanece. Es complicado permanecer, porque el dibujo cambia cada vez
que lo imagino, cada vez que quiero visualizarme en él. Tiene algo
de estático y algo de impulso, el otoño es impulso de subida en el
ángulo derecho, la primavera es impulso de bajada en el ángulo
izquierdo. El invierno y el verano son más quietud, extremos.
Siempre voy en el sentido contrario a las agujas del reloj. Un año,
y otro, y otro. La imagen es como un calendario de los
meses, con sus colores y olores y temperaturas. El tiempo es una
abstracción, imaginación mental que nos despista. La luz y la
oscuridad. La siembra y la cosecha. Las nieves y el estío. El tiempo
también son vientres que crecen, manos que se agrietan, mentes que
olvidan o que recuerdan otros “tiempos lejanos”. Hay un tiempo de
acciones y un tiempo de pensamientos, hay un tiempo de la memoria y
un tiempo de los latidos. El tiempo son las personas, eternidad que
aniquilamos inconscientes. La niña que fui dijo “hoy es mañana”,
ahora diría, “hoy es yo-tú-nosotros”, y mañana también, y
siempre.
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