jueves, 17 de octubre de 2013

La mirada...
Hubo un tiempo en que se esforzaba por mirarle fijamente a los ojos e intentaba ahondar en su insondable profundidad. Buscaba algo, no sabía muy bien qué pero sabía que algo fallaba; necesitaba concentrarse e intentar penetrarle con la mirada porque sentía de algún modo que su amor no era real. ¿Qué es un amor real? ¿Qué era lo que le faltaba? Cuando le miraba de ese modo no conseguía traspasarle, su mirada rebotaba en la de él, era como si hubiera un muro, como si ese mirar frustrado reflejara aquel vacío que ella sentía a veces a su lado. Porque lo que hacía irreal su amor era una soledad abrumadora estando en su compañía. A veces sentía que estaba con un desconocido, y el vacío era una suma de dos miradas truncadas; ella no le conocía pero él a ella tampoco y lo más doloroso es que parecía no tener interés en hacerlo. Él no se esforzaba por penetrarla con la mirada. Él no quería entrar en los oscuros huecos de su alma. Luego llegó la separación, sencilla y tranquila, incluso apacible dentro del dolor. Y cuando al cabo del tiempo se reencontraron y empezaron a compartir momentos de pasión ella se dio cuenta de que algo había cambiado. Ya no se esforzaba por mirarle, simplemente empezaba a verle. Era como reconocer a un desconocido. Quizá el amor era diferente, estaba cruzando un puente peligroso pero esa experiencia era necesaria. Un día él le dijo que ya no quería compartir momentos de pasión con ella, que había una persona en su vida a la que estaba conociendo y con quien quería tener un amor de verdad. Muerte, sangre, pánico y desesperación. Justo entonces que ella estaba aprendiendo a verle desde el otro lado él se iba, justo ahora que él se estaba dejando ver como era en realidad... Pasó más tiempo de distancia y ella se dio cuenta de que le amaba más si cabe que antes. Porque por fin había conseguido penetrar su mirada sin esfuerzo, porque su alma le era clara y transparente. Porque ahora sabía que él era capaz de dejarla a pesar de la pasión, porque ella sabía que era capaz de sobrevivir sin él. De pronto todo se tornó real; la relación pasada, el reencuentro, la nueva separación... Y aprendió que ese amor que ahora conocía era real aunque no fuera posible materializarlo, pero eso ya no importaba, era real porque había visto en él todos los fantasmas, porque ya podía mirarle y no sentirse sola, porque había sido capaz de amarle y odiarle, de desearle y anhelarle, de saberle con otra y alegrarse. Su mirada cambió porque descubrió su alma, porque él dejó que ella le viera de verdad, y aunque no le gustara parte de lo que vio era lo más real que él le había dado nunca, y eso es lo que acrecentó el amor o lo hizo cierto, eterno, comprendió que aceptando esa parte de él estaba aceptando la suya propia, que también la tenía. Y ya no necesitó mirarle más. Simplemente le amaba y le amaría sin esfuerzo, en la distancia, en un mundo en que la pasión ya no sería de cuerpos en contacto pero seguiría siendo pasión; una pasión tal vez más potente, la pasión por la belleza de la verdad, de la imperfección y de la sinceridad.
La mirada de ella y la de él ya no se buscan, una vez que se encontraron se dedicaron cada uno a mirar en otra dirección.

2 comentarios:

  1. Me pregunto, y me torturo en el pensamiento; ¿es que siempre tenemos que pensar que ha valido la pena? ¿Es que siempre tenemos que situar nuestro sufrimiento, nuestros fracasos en el camino hacia un destino mejor, hacía algo con valor, pensando que… No lo hemos perdido todo? ¿De qué sirve, Gabriela, esa mirada clara, si no es para amar, si no es para trazar un camino hacia el corazón, para tocar el alma? Me he visto a mí mismo, como tú, quizás hoy, quizás también ayer, más veces… Y siento, que tal consuelo es a la vez una prisión, una trampa. El amor nunca quiere morir, y pocas veces lo hace por sí solo. ¿Es que acaso esa media vida, esa distancia partida en dos, esa mirada perdida merece la pena? Cada día que pasa me enfrento al mismo callejón sin salida, me atrapa, y me imagino en un lugar en que pudiese vivir lo que siento por aquel amor perdido, lo que me da, el regalo de cuanto construimos juntos y lo que somos ahora con alegría y plenitud, pero no es así, y tal situación no solo no logra llenarme sino que me llena de tristeza y angustia. No quiero, mi amor no quiere morir, pero a la vez mi corazón me suplica que acabe con este dolor.

    Echamos raíces, sabes de lo que hablo, pero el rio cambio su dirección y si no cumplimos con el desarraigo, ¿Qué será de nosotros Gabriela? Todo lo que fuimos debe quedar en su lugar, bajo tanta corteza anida un gorrión…

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  2. Respondí al comentario que me dejaste el el blog, y he estado pensando que quizás, si estas interesada, podríamos hablar por otros medios; puedes escribirme a mi correo si lo deseas, (está en mi perfil)

    http://www.youtube.com/watch?v=34C41eEpM48

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